El odio o enfado es una de las perturbaciones mentales más comunes y destructivas que nos afecta casi todos los días.
Es importante reconocer la verdadera causa de nuestra infelicidad. Si continuamente culpamos a los demás de nuestros problemas es porque estamos dominados por los engaños.
Si de verdad disfrutáramos de paz interior y controláramos nuestra mente, no nos enfadaríamos ante las circunstancias adversas, y tampoco culparíamos a los demás ni los consideraríamos nuestros enemigos.
La persona que ha subyugado su mente y ha eliminado el odio considera que todos los seres son sus amigos.
Este es el poder de una mente controlada. Por lo tanto, la mejor manera de librarnos de nuestros enemigos es eliminando el odio de nuestra mente.
Si somos capaces de reconocer los malos pensamientos antes de que se conviertan en odio, nos resultará más fácil controlarlos. De este modo, no correremos el riesgo de reprimir nuestro enfado y de que se convierta en rencor.
Controlar el enfado no es lo mismo que reprimirlo. Esto último lo hacemos cuando ya domina nuestra mente, aunque no lo reconozcamos. Pretendemos no estar enfadados y controlamos nuestras acciones, pero no el odio propiamente dicho.
Esto es peligroso porque el enfado continuará creciendo en nuestra mente hasta que un día termine desbordándose.
En cambio, cuando controlamos el enfado, sabemos lo que está ocurriendo en nuestra mente. Somos conscientes de cómo surge y de que si dejamos que siga aumentando, nos causará enorme sufrimiento, y tomamos la decisión de responder de manera más constructiva.
De este modo, evitaremos que el odio se desarrolle y no tendremos que reprimirlo. Cuando aprendamos a controlar el enfado, seremos felices tanto en esta vida como en las futuras.
Por lo tanto, aquellos que desean ser felices deben esforzarse por liberar su mente del veneno del odio.
Por qué nos enfadamos:
El odio surge como resultado de nuestro malestar al enfrentarnos con circunstancias adversas.
Si no podemos satisfacer nuestros deseos o nos encontramos en una situación desagradable, es decir, si tenemos que soportar algo que no nos gusta, perdemos el control de nuestra mente y enseguida nos deprimimos.
Entonces, este malestar se convierte en odio y nos sentimos cada vez peor.
La otra situación en la que nos enfadamos es cuando tenemos que enfrentarnos con lo que no nos gusta. Cada día nos encontramos con circunstancias desagradables, desde que nos pisen un pie o tener una discusión con nuestra pareja, hasta que se declare un incendio en nuestra casa o nos diagnostiquen una enfermedad grave, y nuestra manera habitual de reaccionar ante estas adversidades es deprimiéndonos y enfadándonos.
Sin embargo, por mucho que lo intentemos, no podemos evitarlas. No podemos asegurar que a lo largo del día no nos vaya a ocurrir alguna desgracia o incluso que nos muramos, es imposible controlar las circunstancias.
Desventajas del enfado:
El antídoto contra el odio es la paciencia.
El odio es un estado mental doloroso por naturaleza. Cuando el odio nos domina, perdemos la paz interior y nos sentimos incómodos e inquietos. Nos cuesta dormir y aunque lo consigamos, no podemos descansar. Cuando estamos enfadados, no podemos divertirnos e incluso la comida nos parece repugnante.
El odio convierte a la persona más atractiva en un demonio con el rostro encendido. Cuando nos enfadamos, aumenta nuestro malestar y, por mucho que lo intentemos, no podemos controlar nuestras emociones.
Uno de los peores efectos del odio es que perdemos el sentido común y nos negamos a ser razonables. Deseamos vengarnos de aquellos que nos han perjudicado, y para conseguirlo corremos grandes riesgos. Para vengarnos de las injusticias que creemos haber sufrido, estamos dispuestos a arriesgar nuestro trabajo, nuestras relaciones e incluso el bienestar de nuestra familia.
Cuando nos enfadamos, perdemos la libertad de elección y vamos de un sitio a otro poseídos por una cólera incontrolable. En ocasiones, incluso dirigimos este odio contra nuestros seres queridos y otras personas que nos han ayudado. En un ataque de ira, olvidando la infinita bondad de nuestros familiares y amigos, podemos llegar a agredir a las personas que más apreciamos. No es de extrañar que una persona que está siempre enfadada pierda sus amistades.
Esta pobre víctima de su propia hostilidad consigue que los demás la abandonen y que hasta sus seres queridos se olviden de ella.
Cómo tratar con el enfado:
Puesto que no podemos satisfacer todos nuestros deseos ni evitar las situaciones que no deseamos, debemos encontrar otro modo de reaccionar ante las dificultades. Hemos de aprender a practicar la paciencia.
La paciencia es una mente que acepta por completo y con alegría cualquier circunstancia en la que nos encontremos. No se trata de mordernos la lengua y aguantar lo que nos echen, sino de aceptar la situación sin pensar que debería ser de otro modo.
Siempre es posible tener paciencia, puesto que ninguna circunstancia es tan adversa que no podamos aceptarla con paz, serenidad y una mente abierta.
Cuando la virtud de la paciencia está presente en nuestra mente, es imposible que nos gobiernen los malos pensamientos. Existen numerosos ejemplos de personas que han conseguido tener paciencia incluso en circunstancias extremas, como al ser torturadas o sufrir los efectos de una enfermedad grave. Aunque estaban desvalidas y no tenían esperanzas de recuperación, en el fondo de su mente encontraban paz.
Si aprendemos a aceptar las pequeñas dificultades de la vida diaria, nuestra capacidad para tener paciencia aumentará y descubriremos la felicidad y libertad que nos proporciona esta práctica.
La práctica de la paciencia
Si practicamos la paciencia de aceptar voluntariamente el sufrimiento, mantendremos la serenidad incluso al experimentar dolor y sufrimiento. Si mantenemos en todo momento este estado apacible con la ayuda de la retentiva mental, no nos dejaremos llevar por el desánimo.
En cambio, si tenemos malos pensamientos, no podremos impedir que surja el odio. Por esta razón, Gueshe Chekhaua dice: “Depende siempre sólo de una mente feliz”.
Si es posible resolver una situación adversa, no hay razón para enfadarnos, y si es imposible, tampoco nos sirve de nada hacerlo. ¿Qué beneficios logramos con ser desdichados? Debemos aplicar este razonamiento a cualquier circunstancia.
La paciencia de aceptar voluntariamente el sufrimiento no consiste en quedarnos impasibles ante una situación. Si es posible mejorarla, por supuesto que debemos hacerlo, pero sin enfadarnos ni deprimirnos.
Por ejemplo, si nos duele la cabeza, no hay ninguna contradicción entre tomar una aspirina y practicar la paciencia, puesto que hasta que surta efecto podemos aceptar el dolor. Si, en cambio, rechazamos este último, nos pondremos nerviosos y, como resultado, el dolor aumentará.
En lugar de dejarnos llevar por las emociones, hemos de analizar si resulta útil enfadarnos en estas circunstancias. No tenemos por qué deprimirnos cuando las cosas no son como deseamos.
Aunque hasta ahora esta ha sido nuestra manera de reaccionar ante las dificultades, debemos darnos cuenta de que no funciona y responder de manera más positiva y realista.
Fuente:
https://sites.google.com/site/buscandoelki/