Llevar un modo de vida correcto.
Esto significa hacer un trabajo para mantenerse y ganarse la vida que no sea
dañino para los demás; no trabajar en cosas que requieran matar, robar o ser
deshonesto. Hay una lista tradicional de ocupaciones inapropiadas, como
negociar con armas o drogas, cazar o pescar, ya que todas ellas causan
sufrimiento a otros. Un modo de vida correcto es parte importante de la
integración: “caminar de un modo sagrado, a la manera de los indios americanos.
Hacer de la vida un arte”. Hacer cualquier cosa que hagamos de forma sagrada.
Hacer lo que hacemos con consciencia, con honestidad.
La ley del karma dice:
recogeremos lo que hemos sembrado. Si hemos sembrado un trabajo con energía
honesta y productiva, recogeremos a su vez la misma energía.
Cuenta una vieja leyenda budista
china que, allá por el año 250 a. de C., vivía en la antigua China un príncipe
de la región de Thing-Zda, al norte de país, que estaba a punto de ser coronado
emperador. De acuerdo con la ley, debería casarse previamente. Sabedor de esto,
resolvió establecer una prueba entre las jóvenes de la corte para descubrir de
este modo aquella que resultase digna de su propuesta. Al día siguiente anunció
el príncipe que recibiría, en un acto especial, a todas las pretendientes a su
mano y lanzaría un desafío. Una vieja dama, criada del palacio desde hacía
muchos años, al oír los comentarios de los preparativos sintió una cierta
tristeza, pues sabía que su joven hija estaba profundamente enamorada del
príncipe. Al llegar a casa y contar a la joven lo que el príncipe se proponía
hacer, se quedó asombrada al oír de labios de la joven que esta se proponía
asistir al acto. Entonces, le preguntó incrédula: ¿Qué pretendes encontrar
allí, hija mía? ¿No comprendes que estarán presentes todas las jóvenes más
ricas y bellas de la corte? Aparta esa idea de tu cabeza. Sé lo que sufres,
pero no conviertas tu sufrimiento en una locura. Pero la hija le respondió: Mi
querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Sé que jamás podré ser
la elegida, pero esta es mi oportunidad para que , al menos , pueda estar
durante un momento cerca del príncipe. Esto ya me hace feliz, pues bien sé que
otro es mi destino.
Esa noche llegó la joven a
palacio. Como era de esperar, allí se encontraban todas las jóvenes más bellas,
ataviadas con sus vestidos más hermosos, adornadas con las más ricas joyas y
llenas de toda determinación. Finalmente, el príncipe anunció las reglas del
desafío: daré a cada una de vosotras unas semillas. Aquella que dentro de seis
meses, me traiga la más bella flor, será escogida para convertirse en mi esposa
y futura emperatriz de China.
La propuesta del príncipe se
encontraba acorde con las profundas tradiciones de aquel pueblo que valoraba
mucho el hecho de “cultivar” algo, ya fuera una costumbre, una amistad o una
relación. Pasó el tiempo y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en
labores de jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura la semilla que
había recibido, pues estaba segura que si la bellaza de la futura flor llegara
a ser tan grande como el amor que sentía por el príncipe, no tenía necesidad
alguna de preocuparse por el resultado. Pero transcurrieron los seis meses y
nada había florecido. La joven lo intentó todo, utilizando cuantos métodos
conocía, pero nada había nacido de la semilla y cada día veía más lejos su
sueño, al tiempo que cada vez sentía más profundo su amor. Finalmente,
transcurrieron los seis meses y nada había florecido. Consciente de su esfuerzo
y dedicación, le dijo a su madre que, independientemente de las circunstancias
presentes, pensaba volver al palacio en la fecha y hora establecidas, pues no pretendía
otra cosa que sentirse durante un momento cerca del príncipe. Así pues, en la
fecha señalada, allí estaba ella, portando un vaso vacío, mientras las demás
jóvenes portaban su flor, cada una de ellas más bella y rara que la de sus
rivales. La joven se sintió absorta ante tanta hermosura. Nunca había
presenciado nada igual. Por último, llegó el instante tan esperado. Apareció el
príncipe y fue observando, con mucho cuidado y atención, cada una de las flores
que portaban sus pretendientes. Tras contemplarlas todas un vez más, anunció su
veredicto: su futura esposa sería la joven del vaso vacío. Pero, con mucha
serenidad, el príncipe explicó su decisión: Esta joven fue la única que cultivó
la flor que la hace digna de convertirse en emperatriz: la flor de la
honestidad, pues todas las semillas que entregué eran estériles.
Este principio de Reiki también
tiene que ver con nuestro propio esfuerzo, el esfuerzo correcto. Si no ponemos
esfuerzo, nada se consigue, se dice en el Abidarma, la psicología budista, que
el esfuerzo es la base de toda consecución, los cimientos de todos los logros.
Aunque queramos llegar a la cima de la montaña, si nos quedamos sentados en la
base pensándolo, nunca va a suceder. Es gracias al esfuerzo, a escalar
realmente la montaña, a dar un paso tras otro, que se llega a la cima. Raman
Mahrshi, un gran sabio de la India moderna, escribió: “nadie consigue nada sin
esfuerzo. El control mental no es un derecho de nacimiento. Aquellos que
consiguen algo, deben ese logro a su perseverancia”. Pero el esfuerzo debe ser
equilibrado. Estar muy tenso y ansioso es un obstáculo.
La energía debe ser nivelada con
la tranquilidad. Es como si estuvieras tratando de afinar las cuerdas de una
guitarra; si están demasiado tensas o demasiado flojas, el sonido no es bueno.
En nuestra práctica también es así, tenemos que ser persistentes y
perseverantes, pero con una mente relajada y equilibrada, haciendo un esfuerzo,
pero sin forzar. Hay mucho por descubrir en nosotros mismos, muchos niveles
mentales que comprender. Al hacer el esfuerzo, el camino se abre, Nadie va a
hacerlo por nosotros. La iluminación del Buda resolvió su problema, no resolvió
el nuestro… excepto en mostrar una dirección. Cada uno de nosotros debe andar
el camino por sí mismo.
Fuente:
https://sites.google.com/site/buscandoelki/-los-gokai-principios-de-reiki